Esta es una técnica que puede ayudar los niños a autocontrolarse y reflexionar antes de actuar.
M.Scheneider propuso la técnica de la tortuga para el autocontrol de la conducta impulsiva en niños.
El empleo de esta técnica comienza con la historia de la tortuga "Tortuguita".
Con esta técnica se pretende que el niño utilice ese truco en los momentos en que sienta agresividad o cólera, para lo que se dramatiza la sensación de frustración y rabia contenida de la tortuga cerrando los ojos, apretando la barbilla contra el pecho y pegando los brazos al cuerpo para esconderse en el "caparazón" hasta contar hasta 10 mientras respira profundamente, se calmar, piensa en distintas posibilidades y después lleva a cabo la que resulte más conveniente para resolver la situación problema.
Esta es la historia de “Tortuguita” la tortuga.
Hace muchos años había una tortuga jovencita que tenía seis años de edad y había empezado a ir a la escuela.
Se llamaba Tortuguita y no le gustaba ir al colegio. Prefería quedarse en casa con su mamá y su hermanito jugando. Eso de escribir letras y cosas era muy Pesado y ella prefería reír y jugar. No quería colaborar con los demás ni le interesaba escuchar a su maestra ni tampoco quería dejar de hacer los ruidos maravillosos que hacía con su boquita. Era muy difícil acordarse de que no debía pegarse con los demás ni de que no había que hacer ruiditos. Por eso siempre estaba metida en jaleos.
Se llamaba Tortuguita y no le gustaba ir al colegio. Prefería quedarse en casa con su mamá y su hermanito jugando. Eso de escribir letras y cosas era muy Pesado y ella prefería reír y jugar. No quería colaborar con los demás ni le interesaba escuchar a su maestra ni tampoco quería dejar de hacer los ruidos maravillosos que hacía con su boquita. Era muy difícil acordarse de que no debía pegarse con los demás ni de que no había que hacer ruiditos. Por eso siempre estaba metida en jaleos.
Cada día, al ir a la escuela, se decía a sí misma que se iba a esforzar todo lo posible para evitar meterse en líos durante la clase pero siempre acababa por enfurecer a alguien y por pelearse con él. También perdía la razón cuando se equivocaba y metía la pata y entonces rompía en pedacitos todos sus papeles.
Al final empezó a pensar que era una tortuga mala y comenzó a sentirse muy, pero que muy mal.
Al final empezó a pensar que era una tortuga mala y comenzó a sentirse muy, pero que muy mal.
Un día, cuando peor se encontraba, se topó con la tortuga más grande y vieja de la ciudad. Era muy sabia, tenía 200 años de edad y era tan grande como una casa. Cuando Tortuguita le contó sus problemas, ella, que era tan buena como sabia le dijo que la solución de sus problemas la llevaba encima y, como Tortuguita no le entendía, le dijo que la solución estaba en su caparazón, en su coraza. Puedes esconderte dentro de tu caparazón, le dijo, siempre que comprendas que lo que te estás diciendo o lo que estás descubriendo te pone colérica. Cuando te encuentres dentro de tu concha, eres capaz de disponer de un momento de reposo y descubrir lo que has de hacer para resolver la cuestión. Así pues, la próxima vez que te irrites métete enseguida dentro de tu caparazón.
Al día siguiente Tortuguita lo comprobó. Cuando se equivocó y estropeó su hoja de papel blanco y limpio empezó a enfadarse mucho, mucho. Entonces recordó lo que le había dicho la tortuga vieja, encogió sus brazos, piernas y cabeza y los apretó contra su cuerpo y se mantuvo quieta hasta que supo lo que debía hacer. Cuando salió fuera la maestra la felicitó, en vez de reñirle. Tortuguita utilizó este recurso durante todo el curso escolar. Era su secreto. Al recibir su hoja de calificaciones comprobó que era la mejor de la clase. Todos se maravillaban y le preguntaban cuál era su secreto mágico.
(Tomado de Schneider y Robin, 1992).
La Pequeña Tortuga iba a la escuela cada día más contenta, y se introducía dentro de su concha cada vez que otros niños lo pegaban, lo insultaban, lo rayaban en su hoja, o cuando ella se encontraba nerviosa, enfadada sin saber muy bien el motivo…. Su profesor estaba muy contento y le animaba a que lo siguiera haciendo y a veces le premiaba. Pero la Pequeña Tortuga en ocasiones tenía sensaciones de enfado o rabia después de meterse en su concha y aunque se quedara allí no desaparecían. Ella quería ser buena, llevarse bien con sus compañeros, obtener el premio que a veces le daban, pero los sentimientos de enfado en ocasiones eran muy fuertes y le tentaban diciéndole: “Pequeña Tortuga, ¿por qué no le devuelves el golpe cuando el profesor no te está mirando y te quedas tranquila? La Tortuga no sabía qué hacer, estaba muy desconcertada, ella quería meterse dentro de su concha pero estos sentimientos de enfado la tentaban para hacerlo mal.
Entonces recordó a la vieja y sabia Tortuga que la había ayudado hacía tiempo. Antes de ir a la escuela corrió a la casa de la enorme Tortuga se lo contó y le preguntó qué podría hacer. Le dijo: “Tengo sentimientos de enfado en mi estómago después de meterme en mi concha. Los sentimientos me dicen que peque pero yo no me quiero meter en líos ¿qué puedo hacer para detener mis sentimientos de enfado?”
La Tortuga sabia tenía la respuesta, sacudió por un momento su cabeza, se quedó un rato callada y entonces le dijo a la pequeña Tortuga: “Cuando estés dentro de tu concha, relájate. Suelta todos tus músculos, y ponte en situación como si te fueras a dormir, deja que tus manos cuelguen, relaja tus pies, no hagas nada de fuerza con tu tripa, respira lenta y profundamente, deja ir todo tu cuerpo y los sentimientos de enfado también se irán. Piensa en cosas bonitas y agradables cuando te estés relajando. Si no te sale yo le diré al profesor que te enseñe”.
A la pequeña Tortuga le gustó la idea. Al día siguiente cuando fue a la escuela le contó a su profesor todo lo que la Vieja Tortuga le había enseñado. Cuando un compañero le hizo rabiar se metió en su concha y se relajó. Soltó todos sus músculos y se quedó un ratito fijándose cómo la tensión y los malos sentimientos desaparecían. La Tortuga se puso muy contenta, continuó consiguiendo más premios y alabanzas y al profesor le gustó tanto la idea que enseñó a toda la clase.
(Tomado de Schneider y Robin, 1992).
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